Els instituts d'Espanya: nous ponts del diàleg


UN PAÍS QUE RENACE

Hay una idea que me quema, me seduce. No podemos permitir que los separadores caven un fosa, más honda cada vez, entre Cataluña y la otra España, la de más al poniente. Y se me ha ocurrido que atacar el problema en las nuevas generaciones puede dar un vuelco.

Imaginemos que se ofrece a los profesores de sesenta y pico jubilados convertirse en docentes visitantes de catalán en los institutos que se presten al programa. Que además profes voluntarios de Zaragoza u Oviedo o Sevilla abren su casa para alojar, por un curso o varios, a esta persona, embajadora de lengua viva y patria. Que los profes peregrinos apoyan la enseñanza de lengua y literatura, entrando con denuedo afable y meditado, en las aulas de los compañeros de diferentes niveles. Y recitan a Espriu cuando de Unamuno se trata, cantan Nadalas si son villancicos lo que suena, enseñan danzas y bailes isleños, valencianos o catalanes... Y organizan, además, extraescolares, según su voluntad e iniciativa.

Estos experimentados catalanes dejarían huella, lazos de afecto, derrotarían en los chavales la sombra amarga del prejuicio. Adoptarían ahijadas sevillanas, nietos de Zamora, escribirían en las almas jóvenes de España el eco dulce de la lengua de Maragall, de Maria-Mercè Marçal, con la letra imborrable del recuerdo.

Y el vaivén de viajes, de memorias, la red infinita que las lenguas tejerían, sin coste alguno, de parentescos inventados, de afectos tornadizos, harían que los pueblos de Sefarad, tan fácilmente, saludaran la mañana nueva de un país, capaz, mejor aún que ahora, de entenderse en la urdimbre tupida de los sones diversos.

No solo estamos cosidos por las retinas extremeñas con que un vasco ha podido volver a ver la luz del sol. Por la rivalidad socarrona y festiva de la liga de fútbol. Por la herencia común de tantos pueblos que nos han precedido en este suelo. Por los latidos con que el corazón sorprendido de un catalán bate, inmortal aún, en el pecho de un turolense o una coruñesa. Debemos propiciar la unidad, tan necesaria como hermosa, sobre todo ahora que este mal contagioso se está llevando a tantos de nuestros mayores.

Hay que salir al camino. Hacer que el castellano, el catalán, el gallego, el vasco suenen con la delicia amable de la poesía en todos los oídos adolescentes que sea posible.

Por qué no intentarlo. Mi casa ya tiene gozosamente abierta la puerta para las otras lenguas que quieran hospedarse en ella. Y extender el contagio hermoso de su hechizo por la curiosidad de tantas muchachas, de jóvenes tan esforzados.

Si nos llaman cuerpo de profesores, ¿a qué esperamos para acoger las hablas de Sefarad, para expandirlas, y que sean el alma común, el arco iris que vuelve a salir después de la tormenta? La luz multicolor que abrace el aire y el cielo de España.

Benjamín Gomollón
Dept. Lengua y Literatura Española y Clásicas
INS VENTURA GASSOL
BADALONA

bgomollon@gmail.com

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